JUAN SANTANDER CASTILLA

J U A N I N I

EL ULTIMO MOLINERO DE FACINAS

Nace en nuestro pueblo un 23 de Septiembre de 1932, en el seno de una familia trabajadora y en una época con muchas dificultades económicas, como la mayoría de las personas que vivían en aquel tiempo en Facinas.

El mayor de cinco hermanos, tras él llegaron Salvador, Chani, Alfonso y el menor Manolo; desde los ocho años comenzó a ayudar a su padre, Manuel, en el molino que en aquellos tiempos estaba regentado por los Rosano.

Su infancia la pasó entre sacos de trigo y kilos de pan macho, feliz pero dura.

Con diecisiete años tuvo que tomar las riendas de su familia, ya que sufrió la dolorosa muerte de su padre, y junto con su madre, Chana, pudieron criar a sus hermanos, no sin poco sufrimiento y ayuda de éstos.

Ese primer encuentro cuando niño con el mundo del pan no le abandonaría jamás, ya que incluso los años que estuvo en el servicio militar, los pasó moliendo trigo y haciendo pan en un cortijo cercano a Alcalá de Guadaira, conocido entonces como Alcalá de los Panaderos, por la cantidad y calidad de kilos que suministraban a diariamente en tren a la provincia de Sevilla. Allí ya demostró su buen hacer para con los demás: En sus ratos libres, los dedicaba a enseñar a leer a los soldados, e incluso les redactaba cartas para los seres queridos.

En los cuarenta años que trabajó como molinero, nunca tuvo una queja, un lamento, un reproche hacia nadie. Primero con los Rosano, y luego con la panadería de Mangas, se entregó como nadie, dando su propia salud para ello. Así lo podrán corroborar las generaciones de jóvenes que pasaron en esas décadas por la panadería. Trabajando en horarios casi inhumanos pudo criar a sus dos hijos, junto con su mujer, Juana Manso, sacrificándose para que pudieran estudiar y salir de las dificultades que él había vivido siempre.

Nunca disfrutó de un solo día de vacaciones. Comenzaba a trabajar cada noche a las 01.00 horas, amasando kilos y más kilos de un pan que cada día salía por miles de la panadería sobre todo en los años en que Juan Mangas tuvo la concesión del destacamento de militares en el Campamento.

Si se echara la vista atrás de los millones de kilos de pan que pasaron por sus manos, es difícil que sin exagerar en España hubiera una persona que hubiese sido capaz de hacer más cantidad que él; Porque máquinas pocas, si acaso un brazo que amasaba, el corte era a mano, y por supuesto había que darle la forma característica a un kilo tras u otro; y esa era tarea exclusiva del panadero.

Cuando finalizaba el trabajo, tras por lo menos diez amasijos de 200 kilos de pan cada uno, a las 8.30 horas pasaba a la molienda, ya que aunque durante años estuvieron Juan Noria, Antonio Yerga y otros, en los últimos años, el único molinero fue él, Juanini, como era conocido en Facinas. Tragando polvo, soportando permanentemente el ruido de las máquinas que movían el impresionante engendro, supervisando que las correas incrustadas en las poleas no se rompieran, llenando sacos y sacos de harina morena, separando el afrecho, el salvado, pasaba la mañana, si es que no había que cargar o descargar un camión de trigo.

Tras la molienda venía la revisión de las cuentas de la panadería, ya que él era el encargado de registrar las ventas diarias de todos los chóferes, de contar el dinero y de revisar que no faltase nada. Llegaba a su casa a las 15.00 horas. Los fines de semana eran un caso aparte, porque se comenzaba a las 20.00 h. del viernes y se terminaba como mínimo a las 17.00 de la tarde del sábado. Por eso no era extraño verlo llegar a casa sobretodo en verano con las axilas ensangrentadas del roce, o casi siempre con fiebre. Pero ni un lamento.

Desgraciadamente tantos años no pasaron en balde, produciendo varias anginas de pecho e infartos. Con el cese en el trabajo motivado por la enfermedad se cerró el último molino profesional que funcionaba en el término de Tarifa.

Los últimos años de su vida los pasó haciendo manualidades, poniendo siempre tesón, ganas y esfuerzo en todo lo que hacía, con un resultado de auténticas maravillas en corcho.

Valgan estas palabras como un homenaje a un hombre ante todo buena persona, y que así nos gustaría que fuera recordado por las generaciones futuras.

La muerte no es pasar de esta vida a otra, la verdadera muerte es el olvido.

Como hombre culto que fue, aquí queda un pasaje del Quijote que recitaba de memoria:

Dijo don Quijote puesto en cólera, “ don hijo de la gran puta, don Ginesillo de Paropillo, Ginesillo de Pasamonte o como os llaméis, que tienes que ir vos solo, rabo entre las piernas, con toda la cadena a cuestas “.

Su Hijo

JUAN MANUEL SANTANDER MANSO